jueves, 11 de julio de 2013

Mario Vargas Llosa recibió el Premio Internacional de Convivencia de Ceuta

Distinguido. MVLl recibe premio en el Teatro de Revellín.
Distinguido. MVLl recibe premio en el Teatro de Revellín.
Ceuta. EFE. El escritor Mario Vargas Llosa recibió ayer el Premio Internacional de Convivencia, concedido por la ciudad autónoma española de Ceuta (norte de África), en una solemne ceremonia durante la que pronunció un discurso marcado por las palabras convivencia, tolerancia y solidaridad.
El premio Nobel tuvo palabras especiales para la inmigración, que “siempre beneficia mucho más que perjudica a una sociedad” por lo que debe ser vista “como una solución y no como un problema, de ahí que hay que mirar este fenómeno con comprensión, solidaridad y amistad”.
El presidente de la ciudad, Juan Jesús Vivas, entregó a Vargas Llosa, entre los aplausos del auditorio, una escultura de la artista ceutí Elena Laverón y los 30 mil euros del premio.
Este premio fue concedido a Vargas Llosa, según el fallo del jurado, por “su defensa y promoción de los principios de la libertad, la democracia y el estado de derecho, en particular su defensa del fenómeno migratorio que no ve como un problema sino como una solución”.

domingo, 18 de marzo de 2012

Vargas Llosa: La izquierda radical ve al ecologismo como una bandera para resucitar viejos reclamos

Premio Nobel habló sobre los problemas que enfrenta el país en la actualidad.

El premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, aseguró que una parte de la izquierda radical peruana ha tomado al ecologismo como una forma de protestar por viejos problemas.
"Hay una izquierda radical que ha encontrado en el ecologismo una bandera que le permite resucitar los viejos problemas", expresó el escritor nacido en Arequipa.
Esto al ser consultado sobre el tipo de problemas que enfrenta en la actualidad nuestro país. Para él lo que hoy ocurre en nuestro nación es que "existen menores que hoy se han convertido en problemas mayores, como la minería informal. Y hay una movilización muy fuerte en su defensa, pese a que no sólo es catastrófica para el Estado, sino también para la naturaleza".
Vargas Llosa recordó, en diálogo con La Tercera, que el proyecto minero Conga ha creado serios problemas al gobierno de Ollanta Humala:
"Es lo que ha ocurrido con la resistencia de algunos grupos al proyecto minero de Conga, en Cajamarca, que implica una inversión de 4.500 millones de dólares para una región muy pobre. Hay una confrontación que puede tener consecuencias serias", expresó el autor de "La ciudad y los perros".
Cuando el medio intentó ir más a fondo y consultarle por este "ecologismo", el novelista consideró no obstante, que éstos también se dan en varias partes del mundo, pues la vieja izquierda necesita "un lugar" dónde refugiarse para exigir antiguos reclamos:
"Creo que está en todas partes (esta tendencia a agruparse en el ecologismo) . En Europa, por supuesto. Hoy, salvo que seas un ser completamente fuera de la realidad, es muy difícil defender la vieja agenda de la izquierda: cerrarse al mundo, ensimismarse, levantar fronteras económicas, redistribuir la riqueza y nacionalizar. Por eso el refugio es ahora el ambientalismo", finalizó.

lunes, 5 de marzo de 2012

Mario Vargas Llosa calificó captura de ´Artemio´ como impecable

Refiriéndose a los nueve meses de gestión del presidente Ollanta Humala, el escritor señaló que esta es positiva y destacó que el Perú continúe en crecimiento.

Mario Vargas Llosa, ganador del Premio Nobel de Literatura 2010, calificó la captura del terrorista ‘Artemio’ como impecable al haberse demostrado respeto por los derechos humanos, además de haberla considerado un hecho trascendente para una vida de paz en nuestro país.

Refiriéndose a los nueve meses de gestión del presidente Ollanta Humala, dijo que esta es positiva y destacó que el Perú continúe en crecimiento, además de considerar que viene resaltando las leyes democráticas tal como en campaña prometió.

Finalmente, el escritor arequipeño se reafirmó como un garante de la actual gestión del presidente de la República.

Vargas Llosa acudió a la Universidad Nacional de Piura para participar de una ceremonia de reconocimiento y homenaje en su honor.
En dicho centro de estudios superiores se le entregó la medalla de Gran Almirante Miguel Grau.

El autor de La Ciudad y los perros estuvo acompañado de su esposa Patricia Llosa de Vargas y el cineasta peruano Luis Llosa.

Fuente: El Comercio


domingo, 26 de febrero de 2012

Vargas Llosa critica fuertemente a Correa y lo llama "peón" de Chávez

Vargas Llosa critica fuertemente a Correa
y lo llama "peón" de Chávez
El escritor peruano y ganador del Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, aprovechó su columna de opinión, publicada en el diario español El País, para escribir una fuerte crítica contra el presidente Rafael Correa y contra la batalla legal "contra la libertad de prensa".


En su texto, el escritor hace un recuento de lo sucedido en el caso El Universo y sobre las demandas contra los periodistas Christian Zurita y Juan Carlos Calderón.


Además, asegura que Correa comenxó su mandato parecía "una buena opción", pero ahora demuestrá todo lo contrario pues está "mareado por el poder y la obsesión continuista, peón de brega de los delirios socialistas y bolivarianos del comandante Chávez junto al boliviano Evo Morales y el nicaragüense Daniel Ortega, el gobierno de Rafael Correa, con sus políticas cortoplacistas, de irresponsabilidad fiscal y corrupción multiplicada, su hostilidad hacia la empresa privada, las inversiones extranjeras y su izquierdismo trasnochado, ha empobrecido y desquiciado a la sociedad ecuatoriana, enconándola y crispándola".


También dice que, de esta forma, Ecuador se está acercando cada vez más a los modelos de gobiernos de Cuba y Venezuela, donde se reprime a los medios de comunicación y, por si fuera poco, su honor quedó más manchado al tratar de 'defenderlo'. 

"Es ahora, precisamente, cuando ese honor —además de su nombre y su gobierno— ha quedado por las patas de los caballos, desprestigiado internacionalmente por una operación legal que toda la prensa libre del mundo, las organizaciones de periodistas, de derechos humanos, y los partidos y gobiernos democráticos consideran un atropello cínico y desorbitado contra la libertad de expresión que puede tener consecuencias trágicas para su país", dice el artículo. 


En su texto, Vargas Llosa termina asegurando que el diario logrará salir adelante y que para entonces "Rafael Correa será ya una borrosa silueta medio desvanecida entre el tumulto de caudillitos y politicastros que jalonan la peor tradición de América Latina".




domingo, 12 de diciembre de 2010

Premios Nobel 2010

nobel-2010El Nobel 2010 de Física ha ido a parar a los rusos Andre Geim y Konstantin Novoselov por sus trabajos pioneros en el desarrollo del grafeno, el de Químicase lo han llevado el estadounidense Richard F. Heck, y los japoneses Ei-ichi Negishi y Akira Suzuki por sus trabajos sobre síntesis de moléculas complejas de química orgánica, el Nobel de Medicina ha ido a parar a manos de Robert G. Edwards por sus investigaciones sobre la fertilización in vitro, el galardón en la categoría de Literatura ha recaído en el peruano Mario Vargas Llosa y el disidente chino Liu Xiaobo se ha llevado el premio Nobel de la Paz.

El premio Nobel de Ciencias Económicas 2010  ha sido concecido a los estadounidenses Peter Diamond y Dale T. Mortensen y al chipriota-británico Christopher Pissarides,  por "sus análisis de mercados con fricciones de búsqueda", o lo que es lo mismo, la creación de distintos modelos matemáticos aplicables al mundo laboral y a los procesos de adaptación de la oferta y la demanda de trabajo.


Premio Nobel de Literatura: Mario Vargas Llosa
Premio Nobel de la Paz: Liu Xiaobo


martes, 7 de diciembre de 2010

¿Te perdiste el discurso de Mario Vargas Llosa? Aquí te lo presentamos íntegro

Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.
Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.
No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas.
Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.
Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.
Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida.
Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.
La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.
Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla– a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.
En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser– fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.
De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, aOctavio Paz, CortázarGarcía Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.
De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.
Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia–, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.
Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.
Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!
La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.
Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.
De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.
Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de como, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.
Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.
No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.
El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” –lindo y triste apelativo–, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño –la llamábamos el Barrio Alegre–, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.
El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.
Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida.
La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.
Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.
Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).
La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.
Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.
Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.
De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.
Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.
© FUNDACIÓN NOBEL 2010

domingo, 5 de diciembre de 2010

Mario Vargas Llosa


Mario Vargas Llosa Premio Nobel de Literatura
Mario Vargas Llosa (2010).jpg
Premio Nobel de Literatura en 2010.
Nombre completo Jorge Mario Pedro Vargas Llosa
Nacimiento 28 de marzo de 1936 (74 años)
Arequipa, Bandera del Perú Perú
Ocupación Escritor, dramaturgo, ensayista y periodista
Nacionalidad Peruana y española
Alma máter Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Universidad Complutense de Madrid
Período Siglo XX, siglo XXI
Género Realismo social, literatura hispanoamericana
Movimientos Boom latinoamericano
Cónyuge Julia Urquidi Illanes (1955-1964)
Patricia Llosa (1965-presente)
Descendencia Álvaro Vargas Llosa
Gonzalo Vargas Llosa
Morgana Vargas Llosa
Firma Mario vargas llosa signature white.png
Premios
Sitio web oficial
Jorge Mario Pedro Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 28 de marzo de 1936), más conocido como Mario Vargas Llosa, es un escritor en lengua española, considerado uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos. Peruano de nacimiento, cuenta también con la nacionalidad española, que obtuvo en 1993.[1] Su obra ha cosechado numerosos premios, entre los que destacan el Nobel de Literatura en 2010, «por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota»;[2] [3] [4] el Premio Cervantes (1994) y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1986), entre otros. Vargas Llosa alcanzó la fama en la década de 1960 con novelas, tales como La ciudad y los perros (1962), La casa verde (1965) y Conversación en La Catedral (1969). Continúa escribiendo prolíficamente en una serie de géneros literarios, incluyendo la crítica literaria y el periodismo. Entre sus novelas se cuentan comedias, novelas policiacas, novelas históricas y políticas. Varias de ellas, como Pantaleón y las visitadoras (1973) y La Fiesta del Chivo (2000), han sido adaptadas y llevadas al cine. Muchas de las obras de Vargas Llosa están influidas por la percepción del escritor sobre la sociedad peruana y por sus propias experiencias como peruano; sin embargo, de forma creciente ha tratado temas de otras partes del mundo. Ha residido en Europa (entre España, Gran Bretaña, Suiza y Francia) la mayor parte del tiempo desde 1958, cuando inició su carrera literaria, de modo que en su obra se percibe también una cierta influencia europea. Al igual que otros autores latinoamericanos, Vargas Llosa ha participado en política a lo largo de su carrera. Fue candidato a la presidencia del Perú en 1990 por la coalición política de centroderecha Frente Democrático (Fredemo).

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Familia y primeros años

Vargas Llosa nació en el seno de una familia de clase media de ascendencia mestiza[5] y criolla en la ciudad de Arequipa, en el sur del Perú.[6] Fue el único hijo de Ernesto Vargas Maldonado y de Dora Llosa Ureta, quienes se separaron meses antes de su nacimiento.[6] Poco después de que Mario naciera, su padre reveló que tenía una relación con una mujer alemana y, como resultado de dicha unión, el escritor tiene dos medio hermanos menores: Enrique y Ernesto Vargas.[7]
Vargas Llosa vivió con su familia materna en Arequipa hasta un año después del divorcio de sus padres, momento en que su abuelo fue nombrado cónsul honorario del Perú en Bolivia.[6] Con su madre y la familia de esta, Vargas Llosa se muda a Cochabamba, Bolivia, donde pasó los primeros años de su niñez.[6] Los Llosa eran mantenidos por su abuelo, quien administraba una plantación de algodón.[8] Siendo niño, a Vargas Llosa se le hizo creer que su padre había fallecido, ya que su madre y su familia no querían explicarle que se habían separado.[9] Durante el gobierno del presidente José Luis Bustamante y Rivero, su abuelo obtuvo un cargo diplomático en la ciudad de Piura, en parte porque eran parientes, por lo que la familia entera regresó al Perú.[9] En Piura, Vargas Llosa cursó la escuela primaria en el Colegio Salesiano Don Bosco [10]
En 1946, a la edad de diez años, Vargas Llosa se mudó a Lima donde se encontró con su padre por primera vez.[10] Sus padres restablecieron su relación y vivieron en Magdalena del Mar, un distrito de clase media, durante su adolescencia.[11] En Lima, estudió en el Colegio La Salle, de la congregación Hermanos de las Escuelas Cristianas, de 1947 a 1949.[12] La relación con su padre, siempre tortuosa, marcaría el resto de su vida. Por años, guardó hacia él sentimientos entremezclados, como el temor y el resentimiento, debido a que durante su niñez debió soportar violentos arrebatos de parte de su padre, además de un resentimiento hacia la familia Llosa y grandes celos para con su madre; pero, sobre todo, a causa de la repulsión de su padre hacia su vocación literaria, que nunca llegó a comprender.
A los 14 años, su padre lo envió al Colegio Militar Leoncio Prado, en el Callao, un internado donde cursó el 3º y el 4º año de educación secundaria, entre 1950 y 1951. Allí soportó una férrea disciplina militar, y, según su testimonio, fue la época en la que leyó y escribió «como no lo había hecho nunca antes», consolidando así su precoz vocación de escritor.[13] Sus lecturas predilectas fueron las novelas de los escritores franceses Alejandro Dumas y Víctor Hugo. Entre sus profesores figuró el poeta surrealista César Moro, quien por un tiempo le dio clases de francés.[14]
Al empezar las vacaciones veraniegas de 1952, Vargas Llosa empezó a trabajar como ayudante en el diario limeño La Crónica.[15] Poco después pasó a ser aprendiz de periodista, encomendándosele reportajes y entrevistas sobre notas locales.[16] Ese mismo año se retiró del colegio militar y se trasladó a Piura, donde vivió con sus tíos y cursó el último año de educación secundaria en el colegio San Miguel de Piura.[17] Simultáneamente trabajó para el diario local, La Industria, y presenció la representación teatral de su primera obra dramatúrgica, La huida del Inca.[18]
Tesis sobre las «Bases para una interpretación de Rubén Darío», presentada por Mario Vargas Llosa a su alma mater, la Universidad de San Marcos (Perú), en 1958.
En 1953, durante el gobierno de Manuel A. Odría, Vargas Llosa ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudió Derecho y Literatura.[19] Participó en la política universitaria a través de Cahuide, nombre con el que se mantenía vivo el Partido Comunista, entonces perseguido por el gobierno, contra el que Vargas Llosa se opuso a través de los órganos universitarios y en fugaces protestas en plazas. Poco tiempo después, el joven Vargas Llosa se distanciaría del grupo y llegaría a inscribirse en el Partido Demócrata Cristiano de Héctor Cornejo Chávez, esperanzado en que dicho partido lanzaría la candidatura de José Luis Bustamante y Rivero quien, por aquel entonces, regresaba del exilio. Durante este tiempo, trabajaría como asistente del renombrado historiador sanmarquino Raúl Porras Barrenechea en una obra que nunca llegaría a concretarse: varios tomos de una monumental historia del Perú.
En 1955, a la edad de 19 años, contrajo matrimonio con Julia Urquidi, su tía política por parte materna, quien era 10 años mayor.[20] Debido al rechazo que este acto causó en su familia, se vieron forzados a separarse durante un tiempo estando recién casados. Para lograr mantener una vida en común, el joven Mario debió conseguir hasta siete trabajos simultáneos: en librerías, con Porras Barrenechea, escribiendo para varios medios e incluso catalogando nombres de las lápidas del Cementerio Presbítero Matías Maestro de la ciudad de Lima.
Por entonces Vargas Llosa empezó con seriedad su carrera literaria con la publicación de sus primeros relatos: El abuelo (en el diario El Comercio, 9 de diciembre de 1956)[21] y Los jefes (en la revista Mercurio Peruano, febrero de 1957).[22] A fines de 1957 se presentó a un concurso de cuentos organizado por La Revue Française, una importante publicación francesa dedicada al arte. Su relato titulado El desafío obtuvo el primer premio, que consistía en quince días de visita en París, hacia donde partió en enero de 1958. Su estadía en la capital de Francia se prorrogó durante un mes, antes de retornar a Lima.[23] Ese mismo año se graduó de bachiller en Humanidades en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, a mérito de su tesis sobre las «Bases para una interpretación de Rubén Darío».[24] Fue además considerado como el alumno sanmarquino más distinguido de Literatura,[25] por lo que recibió la beca «Javier Prado» para seguir cursos de posgrado en la Universidad Complutense de Madrid, en Madrid, España.[26] Antes de partir hacia Europa, hizo un corto viaje por la amazonía peruana, experiencia que después le serviría para ambientar algunas de sus novelas en dicho espacio geográfico.[27]
En 1960, luego de que culminara su beca en Madrid, Vargas Llosa se mudó a Francia con la impresión de que iba a obtener una beca para estudiar ahí; sin embargo, habiendo llegado a París se enteró que su solicitud había sido denegada.[28] A pesar del inesperado estado financiero de Mario y Julia, la pareja decidió quedarse en París donde Vargas Llosa comenzó a escribir de forma prolífica.[28] Su matrimonio duró algunos años más, pero terminó en divorcio en 1964.[29] Un año después, Vargas Llosa se casó con su prima, Patricia Llosa,[29] con quien tuvo tres hijos: Álvaro Vargas Llosa (1966), escritor y editor; Gonzalo (1967), empresario; y Morgana (1974), fotógrafa.
En 1971, bajo la dirección del profesor Alonso Zamora Vicente, obtiene un Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid con la calificación de Sobresaliente cum laude defendiendo su tesis doctoral titulada García Márquez: lengua y estructura de su obra narrativa, luego publicada bajo el título García Márquez, historia de un deicidio.[30]
En 1983 su ex-esposa Julia Urquidi publicó la novela Lo que Varguitas no dijo en respuesta a la novela La tía julia y el escribidor las cuales se basan en la relación entre Vargas Llosa y su primera esposa.[31]

Carrera literaria

Mario Vargas Llosa en 1982.
Su primer libro publicado fue una colección de cuentos titulada Los Jefes (encabezada por el relato del mismo nombre), que obtuvo el premio Leopoldo Alas (1959).
Su primera novela, La ciudad y los perros, fue publicada en 1963. La obra se desarrolla en medio de una comunidad de cadetes en una escuela militar en Lima y la trama está basada en las propias experiencias del autor en el Colegio Militar Leoncio Prado de Lima.[32] Esta prematura obra adquirió la atención general del público así como un éxito inmediato.[33] Su vitalidad y hábil uso de técnicas literarias sofisticadas impresionó de inmediato a los críticos,[34] y ganó así el Premio de la Crítica Española.[33]
En 1965, Vargas Llosa publicó su segunda novela, La casa verde, acerca de una casa-burdel del mismo nombre y sobre cómo su casi mítica presencia en Piura afecta las vidas de los personajes. La trama se centra en Bonifacia, una chica de origen aguaruna que es expulsada de un convento, y su transformación en «la selvática», la prostituta más conocida de «La casa verde». La novela obtuvo de inmediato una entusiasta recepción por parte de la crítica, que confirmaba a Vargas Llosa como una importante figura de la narrativa latinoamericana.[35]
La tercera novela de Vargas Llosa, Conversación en La Catedral, fue publicada en 1969, a la edad de 33 años. En 1971, Vargas Llosa publicó García Márquez: historia de un deicidio, que había sido su tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid. Dicha tesis fue posteriormente publicada como un libro.[36] Después de la publicación de la monumental obra Conversación en La Catedral, la producción de Vargas Llosa se distanció de los temas de mayor seriedad, como son la política y los problemas sociales. El especialista en literatura latinoamericana, Raymond L. Williams, describe esta fase de su carrera literaria como «el descubrimiento del humor».[37] Su primer intento de escribir una novela satírica fue Pantaleón y las visitadoras, obra publicada en 1973.[38]
En 1977, Vargas Llosa publicó La tía Julia y el escribidor, basado en parte en el matrimonio con su primera esposa, Julia Urquidi, a quien dedicó la novela.[39] En 1981, publicó su cuarta novela más importante, La guerra del fin del mundo, la cual fue su primer intento de una novela histórica.[40] Esta obra inició un cambio radical en el estilo de Vargas Llosa hacia temas como el mesianismo y la conducta irracional humana.[41] Esta novela tiene lugar en las profundidades del sertao brasileño del siglo XIX y se basa en hechos auténticos de la historia del Brasil: la revuelta antirrepublicana de masas milenaristas sebastianistas guiadas por el taumaturgo iluminado Antonio Conselheiro en el pueblo de Canudos.
Tras un período de intensa actividad política, Vargas Llosa volvió a ocuparse en la literatura con su libro autobiográfico El pez en el agua (1993), Los cuadernos de don Rigoberto (1997), y El paraíso en la otra esquina (2003). Otro trabajo destacable es un ensayo que resume el curso que dictó en la Universidad de Oxford sobre la novela Los Miserables de Victor Hugo: La tentación de lo imposible. La novela La Fiesta del Chivo (2000) fue llevada al cine de la mano de su primo Luis Llosa en la película homónima. En mayo de 2006, presentó su novela Travesuras de la niña mala.
El 3 de noviembre de 2010, la editorial Alfaguara publicó El sueño del celta, última novela de Vargas Llosa sobre la vida de Roger Casement, cónsul británico en el Congo Belga y en Perú, que entre 1903 y 1911 se dedicó a investigar y a denunciar las atrocidades -explotación salvaje, torturas y genocidio-, del régimen de Leopoldo II en el país africano en el Congo y de la compañía C. Arana y de la británica Peruvian Rubber Companyen en la remota selva del Putumayo peruano.[42]

La persona, curiosidades

  • Vargas Llosa participó en 1975 en la realización de la película Pantaleón y las visitadoras, basada en su novela, tanto en la dirección como en el papel secundario de un oficial del Ejército Peruano.[43]
  • Vargas Llosa siempre se ha considerado un admirador de Gustave Flaubert, especialmente de su obra clave Madame Bovary. Sobre el autor y su obra escribió el ensayo: La orgía perpetua.
  • En la presentación de su libro El sueño del celta, Vargas Llosa, al ser preguntado por un periodista sueco, reconoció ser melómano, sintiendo una especial predilección por Gustav Mahler.[44] En el mismo acto, y citando a su más admirado autor, afirmó:
    Flaubert dijo: escribir es una manera de vivir y esa frase para mi es absolutamente exacta. Mi manera de vivir es escribir, mi vida entera está organizada en torno a mi trabajo. Yo nunca dejo de escribir. Cuando salgo de vacaciones no dejo de escribir. Es decir, mis vacaciones son cosas complementarias digamos a mi trabajo. Eso me da un equilibrio. Y no hay ningún mérito en eso porque para mi es realmente un gran placer, es el placer supremo el leer y escribir que son como en anverso y el reverso de una moneda. Y mi vida está completamente organizada en función de eso.[45]
  • Durante su encuentro con la prensa internacional en el Instituto Cervantes de Nueva York, tras conocer que le había sido otorgado el Premio Nobel 2010, Vargas Llosa declaró que dicho galardón lo consideraba como un reconocimiento al idioma español.[46] Asimismo, respecto a su producción literaria afirmó:
    Lo que hago, lo que digo, expresa el país en el que he nacido, el país en el que he vivido las experiencias fundamentales que marcan a un ser humano, que son las de infancia y juventud, de tal manera que el Perú soy yo. Yo le puedo agradecer a mi país, a lo que yo soy, el ser un escritor.[47]
  • En el ámbito deportivo, Vargas Llosa ha declarado ser hincha del Universitario de Deportes; así lo hizo constar, por ejemplo, en su obra El pez en el agua, en la cual describió sus vivencias de niñez señalando:
    Uno de los días más felices de mi vida fue aquel domingo en el que Toto Terry, de los grandes de nuestro barrio, me llevó al estadio Nacional y me hizo jugar con los calichines de Universitario de Deportes contra los del Deportivo Municipal. Salir a esa enorme cancha, vistiendo el uniforme de los cremas, ¿no era lo mejor que podía pasarle a alguien en el mundo?[48] [49]

Premios y distinciones

Mario Vargas Llosa recibiendo el birrete de manos del rector de la Universidad de La Rioja.
A lo largo de su carrera, Mario Vargas Llosa ha recibido innumerables premios y distinciones. Cabe destacar sobre todo dos de los máximos galardones que se conceden en el ámbito de las letras hispánicas: el Premio Rómulo Gallegos (en 1967, por su novela La casa verde) y, sobre todo, el Premio Cervantes (1994). Otros destacados premios en su haber son el Premio Nacional de Novela del Perú (en 1967, por La casa verde), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (España) (1986) y el Premio de la Paz de los Libreros de Alemania, otorgado en la Feria del Libro de Fráncfort (1997). En 1993 le fue concedido el Premio Planeta por su novela Lituma en los Andes. Un gran relieve en su carrera literaria tuvo el Premio Biblioteca Breve, que se le otorgó por La ciudad y los perros, en 1963, y marcó el inicio de su exitosa carrera literaria internacional.
Es miembro de la Academia Peruana de la Lengua desde 1977, y de la Real Academia Española desde 1994. Cuenta con varios doctorados honoris causa por universidades de Europa, América y Asia; pueden citarse los concedidos por las universidades de Yale (1994), Ben Gurión Ber-Sheeva de Israel (1998), Harvard (1999), su alma mater la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (2001), Oxford (2003), Europea de Madrid (2005), La Sorbona (2005), Universidad de La Rioja y Universidad de Málaga (2007), Universidad de Alicante (2008) por la Universidad Simón Bolívar Caracas, Venezuela y la Pontificia Universidad Católica del Perú el 8 y el 12 de diciembre de 2008, el 24 de junio de 2009 por la Universidad de Granada, el 5 de mayo de 2010 por la Universidad de Castilla-La Mancha, y por último, Doctorado Honoris causa por la Universidad Nacional Autónoma de México en septiembre de 2010. Ha sido condecorado por el Gobierno francés con la Legión de Honor en 1985, y en 2001 recibió de su gobierno la condecoración Orden El Sol del Perú en el Grado de Gran Cruz con Diamantes, la más alta distinción que otorga el Estado Peruano. El 7 de octubre de 2010 se le concedió el Premio Nobel de Literatura.

Participación política

Mario Vargas Llosa en el acto fundacional de Unión, Progreso y Democracia.
En la década de 1980, Vargas Llosa se volvió políticamente activo y causó sorpresa por sus posiciones liberales, ya que la intelectualidad de la época se caracterizaba por su perfil izquierdista.
En 1983 fue nombrado por el entonces presidente del Perú, Fernando Belaúnde Terry, presidente de la Comisión Investigadora del Caso Uchuraccay, cuya misión era aclarar el asesinato de ocho periodistas que habían viajado a la aldea para investigar anteriores masacres en Huaychao, en las que sospechaban que podían estar involucrados elementos de las Fuerzas Armadas del Perú. Pese a que la comisión presidida por Vargas Llosa exculpaba a los militares, más tarde se demostraría su implicación en los asesinatos y algunos, como el general Clemente Noel Morán, fueron procesados y condenados a varios años de cárcel.[50]
En 1987, ante los intentos del gobierno aprista de Alan García de nacionalizar la banca peruana, Vargas Llosa se perfiló como líder político, encabezando la protesta contra esa acción. Inició su carrera política fundando el movimiento Libertad y se presentó como candidato a la Presidencia del Perú en 1990.
Durante gran parte de la campaña electoral, fue el candidato favorito. El súbito crecimiento de la popularidad de Alberto Fujimori, quien hasta 15 días antes de la elección aparecía con menos del 10% de las preferencias, forzó una segunda vuelta electoral en la cual Vargas Llosa fue derrotado. Después de las elecciones, se instaló en Madrid. El gobierno de Alberto Fujimori amenazó con quitarle la nacionalidad peruana,[51] por lo que para evitar convertirse en un apátrida,[52] a petición del escritor, el Gobierno español le concedió la nacionalidad española en 1993, sin que tuviera que renunciar a la peruana [53] en virtud al convenio de doble nacionalidad vigente entre ambos países.
Vargas Llosa calificó en 1990 como la dictadura perfecta al sistema político mexicano, con el neoliberal Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) en la presidencia de México, dado en el contexto de más de seis décadas de predominancia del PRI en el gobierno, lo que le valió a Vargas Llosa tener que salir rápidamente de México para evitar un problema político.[54]
En años recientes ha evolucionado políticamente a posturas ideológicas más liberales y mantiene vínculos con importantes ex dirigentes de la derecha de varios países como José María Aznar (ex jefe del Gobierno español), Francisco Flores (ex presidente de la República del Salvador) o Václav Havel (ex presidente de la República Checa).
El 29 de septiembre de 2007 participó en el acto de presentación del partido español Unión, Progreso y Democracia prestando su apoyo público a dicho partido, de cuya Fundación Progreso y Democracia fue nombrado patrono de honor.[55] Apoyó la candidatura presidencial del empresario chileno de derecha, Sebastián Piñera y, además, fue invitado para participar junto a la Presidenta de Chile, Michelle Bachelet, en la inauguración del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en conmemoración de las víctimas en la dictadura militar de Augusto Pinochet. Hasta su renuncia irrevocable en setiembre de 2010, Vargas Llosa fue el director de la comisión para la construcción del Lugar de la Memoria del Perú, dedicado a las víctimas del conflicto armado interno de este país.

Participación en los medios de comunicación

Mario Vargas Llosa publicó su primer artículo periodístico en el número 198 de la revista peruana Caretas en mayo de 1960. El 25 de julio de 1977 estrenó su columna Piedra de toque, la meditación desde el punto de vista de un escritor sobre el acontecer humano. Estas columnas han sido muy leídas y desde 1997 vienen siendo publicadas quincenalmente en Caretas, así como en más de 20 diarios y revistas de diferentes partes del mundo occidental. A lo largo de sus intervenciones en Piedra de Toque, el autor ha tratado los siguientes temas:[56]
  1. Debates de actualidad: temas de reflexión abiertos
  2. Sobre todas las dictaduras: el escritor recuerda su animadversión hacia toda clase de dictaduras y su respeto por el proceso democrático
  3. Tratados de los efectos de la globalización y la democracia
  4. Ensayos sobre personajes contemporáneos
  5. Vargas Llosa según Vargas Llosa: escribe acerca de su obra y sus experiencias
  6. Temas culturales de diferentes países del mundo
  7. Temas acerca de la política del Perú:
Además de ser constantemente entrevistado por otros periodistas en la radio y la televisión, y de ser muchas veces invitado como colaborador o invitado especial en programas de televisión y de radio, Vargas Llosa tuvo su propio programa en la televisión peruana, titulado La torre de Babel.

Obra

Ficción

Ensayo

Teatro

Memoria

Otras obras y publicaciones

Los ensayos y artículos periodísticos de Vargas Llosa han sido recopilados en tres volúmenes bajo el título Contra viento y marea: escritos de 1962 a 1982 (1983), de 1972 a 1983 (1986) y de 1984 a 1988 (1990)
  • A Writer's Reality ('Una realidad de un escritor', 1991), colección de conferencias dictadas en la Universidad de Siracusa
  • Making Waves ('Haciendo olas', 1996), selección de ensayos de Contra viento y marea, publicado solo en inglés
  • Nationalismus als neue Bedrohung (2000), selección de ensayos políticos, publicada solo en alemán
  • El lenguaje de la pasión (2001), selección de artículos de la serie «Piedra de toque».
  • Diario de Irak (2003), selección de artículos sobre la Guerra de Iraq
  • Un demi-siècle avec Borges (2004), entrevista y ensayos sobre Jorge Luis Borges, publicado solo en francés.
  • Mario Vargas Llosa. Obras Completas, Vol. III Novelas y Teatro (1981-1986), (2005)
  • Dictionnaire amoureux de l’Amérique latine (2005), ensayos publicados inicialmente solo en francés, (2005)
  • Diccionario del amante de América Latina (2006), edición en español
  • Israel/Palestina. Paz o guerra santa (2006), recopilación de artículos sobre el conflicto árabe-israelí
  • Diálogo de damas (2007), poemas relacionados con las esculturas de Manolo Valdés, Aeropuerto Barajas de Madrid
  • Ma parente d'Arequipa, octobre 2009, textos cortos, en francés
  • Comment j'ai vaincu ma peur de l'avion, octobre 2009, textos cortos, en francés
  • Sables y utopías, recopilación de sus artículos y cartas sobre América Latina (2009)

Adaptaciones cinematográficas

Varias de sus novelas han sido llevadas al cine:

Véase también


Predecesor:
Herta Müller
Nobel prize medal.svg
Premio Nobel de Literatura
2010
Sucesor:
-

Referencias

  1. Real Decreto 1083/1993, 2 de julio de 1993.
  2. Academia Sueca anuncia el Premio Nobel de Literatura 2010. Web oficial. Video. 7.10.2010
  3. Academia Sueca (7 de octubre de 2010). «The Nobel Prize in Literature 2010». Consultado el 7 de octubre de 2010.
  4. Mario Vargas Llosa gana el premio Nobel de Literatura 2010, Público.es, 7 de octubre de 2010.
  5. Williams 2001, pp. 15–16
  6. a b c d Williams 2001, p. 17
  7. Morote 1998, p. 14
  8. Morote 1998 pp. 6–7
  9. a b Williams 2001, p.24
  10. a b Williams 2001, p. 30
  11. Williams 2001, p. 31
  12. Williams 2001, p. 32
  13. Vargas Llosa 1993, p. 104.
  14. Vargas Llosa 1993, p. 112-113.
  15. Vargas Llosa 1993, p. 118.
  16. Vargas Llosa 1993, p. 142.
  17. Vargas Llosa 1993, p. 154-155.
  18. Vargas Llosa 1993, p. 193 a 206.
  19. Williams 2001, p. 39
  20. Castro-Klarén 1990, p. 9
  21. Mario Vargas Llosa (10/10/2010). «El Abuelo». El Dominical (El Comercio) Año 57 (28). pág. 4 al 6. http://elcomercio.pe/impresa/notas/abuelo/20101010/651669. 
  22. Vargas Llosa 1993, p. 290-291.
  23. Vargas Llosa 1993, p. 455 a 465.
  24. Vargas Llosa 1993, p. 468.
  25. «Mario Vargas Llosa: Premio Nobel de Literatura 2010. Academia sueca otorga máxima distinción a destacado intelectual sanmarquino.». Nobelprize (7 de octubre de 2010). Consultado el 7 de octubre de 2010.
  26. Vargas Llosa 1993, p. 468-469.
  27. Vargas Llosa 1993, p. 471. Dichas novelas son La casa verde, Pantaleón y las visitadoras y El hablador.
  28. a b Williams 2001, p. 45
  29. a b Williams 2001, p. 54
  30. [1]
  31. Vargas Llosa: sus dos mujeres Escrito por Marisa E. Martínez Pérsico
  32. Kristal 1998, p. 32
  33. a b Cevallos 1991. p. 273
  34. Kristal 1998, p. 33
  35. Kristal 1998, p. xi
  36. Shaw 1973, p. 431
  37. Referido en Cevallos 1991, p. 273
  38. Castro-Klarén 1990, p. 136
  39. Kristal 1998, p. 91
  40. Kristal 1998, p. 140
  41. Campos 1981, p. 299
  42. Alfaguara publicará el 3 de noviembre "El sueño del celta" de Mario Vargas Llosa, 31 de agosto de 2010
  43. Cf. imdb.com.
  44. http://www.hechosdehoy.com/los-pecados-del-nacionalismo-en-el-ultimo-libro-de-vargas-llosa-4000.htm
  45. http://www.periodistadigital.com/inmigrantes/vida-cotidiana/2010/11/03/mario-vargas-llosa-a-mi-me-encontrara-la-muerte-con-la-pluma-en-la-mano-sueno-del-celta-nobel-literatura-2010-escritor-peru-peruano.shtml
  46. Editorial Alfaguara (ed.): «Vargas Llosa desde el Instituto Cervantes de NY» (2010). Consultado el 04 de novirembre de 2010.
  47. Agencia de Noticias Andina (ed.): «Vargas Llosa al recibir el nobel: Agradezco al Perú por lo que soy como escritor» (2010). Consultado el 24 de octubre de 2010.
  48. Mario Vargas Llosa en su obra: El Pez en el Agua, (1993)
  49. Diario El Comercio (ed.): «Vargas Llosa amante del fútbol e hincha de Universitario» (2010). Consultado el 08 de noviembre de 2010.
  50. Un general peruano será juzgado por el asesinato de 8 periodistas, El País, 11-03-1987
  51. Intento de Fujimori de quitarle la nacionalidad peruana. La República, 8.10.2010
  52. Diario ABC informó el 28 de abril de 1993 que el Congreso de Fujimori estudiaría nuevamente retirar la nacionalidad peruana a Vargas Llosa. El Comercio, 8.10.2010
  53. Obtención de la nacionalidad española. Sus declaraciones. El País, 3.7.1993
  54. Vargas Llosa, Mario. Piedra de Toque: La dictadura perfecta, El País, 1 de junio de 1992.
  55. «UPyD ficha a Vargas Llosa como patrono de honor de su fundación», Público.es, 4 de noviembre de 2009.
  56. Bibliografía del autor
  57. Hugo Lara Chávez (30 de diciembre de 2006). «Historia. Cronología parcial del cine mexicano (1994-1998). Premios internacionales». 10, 9, 8 Corre cámara. Consultado el 16 de octubre de 2010.

Bibliografía

  • Koellmann, Sabine (2002). "Vargas Llosa's Fiction and the Demons of Politics". Oxford: Peter Lang, ISBN 3-906768-54-6.